De pequeño quise ser ingeniero electricista y tocar guitarra, pero mi pequeño pueblo y la estrecha economía de mi hogar hacía siquiera impensable estudiar en la Universidad. Todavía joven quise estudiar trompeta y el día que debía recibir mi primera clase gratuita, nos tuvimos que trasladar a vivir a otro pueblo. Las orientaciones de mi padre y la necesidad de trabajar me llevaron al sector de la salud, donde obtuve dos tecnólogos a costa de examinar cacas, orinas y otros fluidos corporales, lo que me hizo preguntarme por la vida humana más allá de la biología y la medicina. Así que, ya empeñado en sacar adelante a mi familia, me incliné por la filosofía. No alcancé a obtener, como tanto lo soñé, un doctorado académico. Ahora intento estudiar piano y no paso de tres o cuatro notitas medianamente tocadas. En la Universidad, unos me llamaron loco, raro, mediocre, comunista y otros me dijeron brillante, buen profesor, humanista, demócrata. Antes me enojaba con unos y agradecía a los otros. Hoy pienso que todos tenían razón: Ningún ser humano puede ser definido con un par de calificativos. Ahora de viejo, cuando los valores en los que he creído están en entredicho, he encontrado una fórmula que parece funcionar. Sólo enjuicio o valoro mis propios actos bajo el criterio de si sus consecuencias me permiten construirme de acuerdo con el más elevado concepto de mí mismo. No pretendo que estas líneas sean un consejo. Solo comparto algunas de las fracturas de mi ser.
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De pequeño quise ser ingeniero electricista y tocar guitarra, pero mi pequeño pueblo y la estrecha economía de mi hogar hacía siquiera impensable estudiar en la Universidad. Todavía joven quise estudiar trompeta y el día que debía recibir mi primera clase gratuita, nos tuvimos que trasladar a vivir a otro pueblo. Las orientaciones de mi padre y la necesidad de trabajar me llevaron al sector de la salud, donde obtuve dos tecnólogos a costa de examinar cacas, orinas y otros fluidos corporales, lo que me hizo preguntarme por la vida humana más allá de la biología y la medicina. Así que, ya empeñado en sacar adelante a mi familia, me incliné por la filosofía. No alcancé a obtener, como tanto lo soñé, un doctorado académico. Ahora intento estudiar piano y no paso de tres o cuatro notitas medianamente tocadas.
En la Universidad, unos me llamaron loco, raro, mediocre, comunista y otros me dijeron brillante, buen profesor, humanista, demócrata. Antes me enojaba con unos y agradecía a los otros. Hoy pienso que todos tenían razón: Ningún ser humano puede ser definido con un par de calificativos.
Ahora de viejo, cuando los valores en los que he creído están en entredicho, he encontrado una fórmula que parece funcionar. Sólo enjuicio o valoro mis propios actos bajo el criterio de si sus consecuencias me permiten construirme de acuerdo con el más elevado concepto de mí mismo.
No pretendo que estas líneas sean un consejo. Solo comparto algunas de las fracturas de mi ser.
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